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Bob Marley, Eric Clapton y el I Shot the sheriff imaginado que aún recorre la música
El sheriff que cruzó el reggae, el rock y el tiempo
Por Ezequiel Ponce
Publicado en 28/12/2025 15:12
Historias De Canciones

 GRANDES HISTORIAS DE GRANDES CANCIONES

 

Toda gran historia necesita un umbral. A veces es una biblioteca infinita; otras, un escenario modesto, tres bandas y un cantante presentando los temas con errores simpáticos, casi rituales. Ayer, en un recital compartido por The Chimenea, Pumx y Radio Robot, uno de esos deslices —rápido, dicho en broma— alcanzó para encender una de las narraciones más fascinantes de la música popular.

El comentario pasó volando, como pasan tantas cosas en un show en vivo. Pero bastó para activar la memoria. Porque hay canciones que no se limitan a sonar: se expanden, generan versiones, malentendidos, relecturas. Y pocas lo hacen con tanta fuerza como I Shot the Sheriff.

 

Una canción escrita contra la autoridad

 

I Shot the Sheriff fue escrita por Bob Marley a comienzos de los años setenta, cuando su música empezaba a transformarse en algo más que testimonio: se volvía alegoría. La Jamaica de ese tiempo estaba atravesada por tensiones visibles e invisibles, y la figura de la policía, lejos de ofrecer resguardo, solía encarnar vigilancia y castigo. Marley observó ese mundo y eligió no describirlo de forma directa, sino narrarlo como quien plantea un enigma.

El sheriff de la canción no tiene biografía ni rostro. Es una figura abstracta, casi inevitable, que representa a la ley cuando deja de ser justa. El narrador, por su parte, no se presenta como héroe ni como mártir. Afirma un hecho, niega otro, y queda suspendido en esa diferencia mínima que el poder se niega a reconocer. La frase “le disparé al sheriff, pero no al deputy” funciona como una defensa inútil en un juicio ya resuelto.

Marley fue claro al explicar que la canción no celebra la violencia. Su núcleo es otro: la autodefensa como último recurso, la conciencia de que hay situaciones en las que el individuo es empujado contra el límite. La ley, en ese relato, no escucha explicaciones; solo confirma sospechas.

La grabación original, incluida en Burnin’ (1973), acompaña esa lógica con una calma inquietante. El ritmo avanza sin dramatismo, como si el desenlace estuviera escrito desde el comienzo. Marley canta con la serenidad de quien sabe que la verdad, aun dicha, puede no salvarlo.

Así, I Shot the Sheriff se revela como una canción sobre el poder y sus ficciones. No acusa: expone. Y en esa exposición silenciosa reside su persistencia.

 

 

Clapton y la traducción al rock

 

Un año después, Eric Clapton grabó su versión para 461 Ocean Boulevard (1974). El contexto era otro, pero no menos significativo. Clapton regresaba a la música tras una etapa oscura, marcada por la adicción y el silencio. Buscaba canciones simples, directas, con una carga emocional honesta.

I Shot the Sheriff le ofrecía eso. No intentó copiar el reggae: lo tradujo a su lenguaje, al blues y al rock pausado que estaba redescubriendo. El resultado fue inesperado incluso para él: su primer número uno en Estados Unidos y, al mismo tiempo, una de las principales puertas de entrada del público masivo a la obra de Bob Marley.

Clapton siempre reconoció la autoría y el impacto del jamaicano. Su versión no reemplazó a la original: la proyectó.

 

 

Una canción que no pertenece a un solo autor

 

Con el tiempo, I Shot the Sheriff dejó de ser solo de Marley o de Clapton. Se volvió un relato compartido, una pieza que circula entre generaciones, estilos y geografías. Como ocurre con las grandes narraciones, la historia parece cambiar según quién la cuente, pero el núcleo permanece intacto.

Hoy puede sonar en un disco de reggae setentista, en una radio de clásicos rock, o aparecer mencionada al pasar en un recital local. Y siempre significa algo ligeramente distinto, sin dejar de ser la misma.

 

Por qué sigue siendo una gran historia

 

Porque habla de poder y de resistencia sin fechas ni banderas explícitas.

Porque demuestra que una gran canción puede sobrevivir a sus versiones.

Y porque confirma que la música popular también construye mitologías: canciones que no envejecen, solo se reinterpretan.

 

 

Eso es lo que celebramos en GRANDES HISTORIAS DE GRANDES CANCIONES: no solo los temas que sonaron, sino las historias que siguen resonando mucho después de que se apagan los amplificadores.

 

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