En Tornquist, al pie de la sierra y bajo el rumor constante de un país que mastica promesas rotas, se alza una invitación que es, al mismo tiempo, rito y desafío. “La mística de los excesos” no es solo un título: es la contraseña que abre las puertas de un universo donde los signos se disputan el aire, donde la memoria pelea con la amnesia colectiva, y donde la ironía funciona como filo para cortar el espejismo del progreso.
Mariano López, creador de la propuesta, estudió en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Diseñador gráfico, agitador cultural y actor en múltiples obras, es también el motor detrás de la varieté de Tornquist y de los radioteatros de Los Ocho Salvajes. Su biografía podría leerse como una lista de oficios, pero en realidad es el mapa de un explorador que entiende que las disciplinas no son fronteras, sino estaciones en un recorrido. En “La mística de los excesos” esa idea se materializa: una instalación artística que se convierte en performance, un teatro que se mezcla con video-arte, un ritual que desborda el espacio público.
La pieza, curada por la artista plástica y docente Alejandra López, se despliega como una sucesión de estaciones. Allí, el protagonista encarna a un sujeto atrapado entre tres fuerzas que definen la historia argentina reciente: la nostalgia de las promesas incumplidas, el espejismo de un progreso que siempre parece llegar mañana, y el goce obsceno de un poder concentrado que se repite como un eco. La acción escénica no busca respuestas fáciles: se mueve con crudeza y sarcasmo, como quien señala lo absurdo con una carcajada amarga.
El elenco está compuesto por Santiago Navarrete, Cintia Caporicci, Florencia Silvestre y Diego Vizcaychipi. Sus cuerpos son vehículos de tensiones: entre la palabra y el gesto, entre la disciplina y la furia, entre la memoria y el olvido. Cada uno de ellos imprime un trazo singular en esta cartografía del exceso. La dirección teatral cuenta con la asesoría de Damián Cegarra Anze, que aporta un pulso escénico capaz de equilibrar la desmesura con precisión dramática.
En un presente saturado de símbolos, “La mística de los excesos” no se limita a denunciar: propone un recorrido que se vive en carne propia. La instalación funciona como espejo y como provocación. El espectador, lejos de ser un observador pasivo, se convierte en parte del ritual. En ese juego, lo popular y lo culto se confunden, como si una radio barrial pudiera transmitir en directo desde el Louvre o un radioteatro de pueblo se transformara en manifiesto político.
El estreno será el sábado 1 de noviembre a las 21:30 horas en la Sociedad Germánica, ubicada en Av. Belgrano 137, Tornquist, Buenos Aires. La entrada es a la gorra, un gesto coherente con la lógica de la obra: abrir la experiencia a cualquiera que esté dispuesto a sumergirse en la incómoda belleza de los excesos.

Hay algo ritual en todo esto: un ciclo que parece repetirse desde hace siglos, con actores distintos pero con la misma trama de fondo. Poder, ideología, injusticia y memoria vuelven a girar, como un laberinto que se reinventa en cada esquina. Sin embargo, aquí suenan con el ruido áspero de la Argentina contemporánea.
“La mística de los excesos” también habla de cultura popular, de banquetes visuales y sonoros, de un humor que se burla del poder con la misma fuerza con que lo expone. Hay flores sobre una torta que dice democracia, hay bananas pintadas de rosa, hay sarcasmo, hay ritual. Y en medio de esa orgía de signos, lo que queda es una certeza: el exceso, más que una desmesura, es un método para entender la época.
Para quienes busquen un espectáculo distinto, “La mística de los excesos” es más que una obra: es un espejo en el que la sociedad argentina se mira con risa nerviosa y con rabia contenida. Un viaje estético y político, que no teme incomodar porque sabe que la incomodidad es la primera chispa del pensamiento.
La cita está marcada. La obra no pide permiso, se planta. Y como todo ritual verdadero, solo puede experimentarse en presente.